Ganamos tiempo, lo perdemos, lo aprovechamos, lo hacemos, andamos justos, lo ahorramos, lo tenemos y lo invertimos. Usamos el tiempo como si se tratara de un bien material. Le aplicamos esa mentalidad utilitaria que lo acaba impregnando casi todo, desde hace un tiempo. Incluso lo hemos asimilado al oro, como valor inmutable.
Y desde esa percepción, creemos que lo poseemos, que podemos hacer con él lo que queramos, que podemos tener más, si nos esforzamos, si no lo malgastamos. Que en el banco del tiempo nos lo guardarán, para cuando lo necesitemos; cuando, por fin, podamos usarlo. Paradojas de la era moderna.
“Si conocieras el tiempo tan bien como yo, no hablarías de perderlo”, dice el Conejo Blanco a Alicia mientras toman el té.
Nos creímos que los granos del reloj de arena eran algo con lo que comerciar. Controlar. Y llenar. Cuanto más metamos en cada uno de esos granos de arena, más llena estará nuestra vida. Cuanto más metamos en el reloj, más merecedores seremos. ¿Merecedores de qué? De lo que queramos: cuanto más productivos, más ricos. Nos lo dijeron. El tiempo es oro y tener oro es tener tiempo. Nos lo repiten. Un círculo vicioso del que cuesta mucho salir.
Producir vs crear
Nos hemos obsesionado tanto con producir que nos hemos olvidado de crear. Urge recordarlo, porque viene la IA pisándonos los talones. En algunos casos, incluso nos ha pillado.
Nos han contado que viene a liberarnos del tedio, de lo repetitivo; que nos ayudará a ser más rápidos, más eficientes y, por supuesto, más productivos. Nos crearon la necesidad y ahora nos dan la solución. Estamos tan metidos en el relato que se nos ha olvidado que si cambiáramos las reglas, si la productividad no fuera el centro, si crear fuera nuestro cometido, no necesitaríamos que la IA nos salvara (en caso de que realmente nos salve de algo).
Desde hace un tiempo alejamos tanto los términos ‘producir’ y ‘crear’, que olvidamos que pueden ser dos caras de la misma moneda. Para crear hay que parar, aburrirse, contemplar. Asombrarse, preguntar(se), dudar, reflexionar. Y eso, tú lo sabes, va contra la productividad, que pide que hagas, que dés resultado ya. Déjate del proceso, nos dicen: todo vale, si aporta cantidad. Necesitamos producir en masa en el menor tiempo posible: producir a escala. Más con menos. Dar menos para obtener más. Hay siempre cierta desigualdad en esto de la productividad. Siempre hay quien da más de lo que recibe y algunos pocos que reciben más de lo que dan. Y por el camino se pierde lo pequeño, lo que se hace con mimo, lo contemplativo, la pausa, lo artesano; los tempos desaparecen, el ritmo es siempre el máximo posible.
Rápido, rápido. Llegamos siempre tarde, como el Conejo Blanco. Vamos contra reloj, que es como decir que luchamos contra el tiempo. Ilusos, ¿no? Tal vez sería mejor rendirnos y disfrutar del tiempo. Comprender que, hagamos lo que hagamos, el tiempo pasará igual. Por más que mires el reloj, las horas avanzan a la misma velocidad. Pocas cosas tan constantes como las agujas de un reloj. Tic-tac. Puedes, si acaso, vivir diferente cada segundo. Del kronos al kairós: del tiempo que se cuenta al tiempo que se saborea. Pasar del ‘hacer’ al ‘ser’.
La hiper productividad nos invita a convertirlo todo en objeto susceptible de ser vendido. Es la única justificación del tiempo: monetizarlo. Le ponemos precio al tiempo; muy por debajo, por supuesto, de su valor. Tu tiempo vale lo que seas capaz de hacer con él, de lo que aportes -a poder ser, con retorno de inversión; tiempo por dinero-.
Entonces escribimos para publicar, pintamos para exponer y leemos para postear. Vivimos de caras afuera y nos olvidamos de mirar dentro. Nos repetimos, copiamos fórmulas, las que nos han dicho que funcionan, para poder mantener el valor.
La utilidad de lo inútil
Nos centramos en lo que se considera útil. Siempre, claro, según las normas creadas en este contexto cada vez más alejado de lo que nos hace humanos. Esta realidad en la que nadie pone en duda el valor de un vendedor de comida procesada pero, en cambio, eres un iluso si piensas vivir de escribir, pintar u otras profesiones artísticas. En esa clasificación absurda entre lo útil y lo que no lo es, encaja mejor mal alimentar el cuerpo que alimentar con profundidad el alma. Invito de nuevo a releer a Ordino y su manifiesto sobre la utilidad de lo inútil (en algún escrito anterior transcribo el párrafo en el que el autor reivindica la utilidad del poeta, tanto como la de zapatero).
En estas estamos, infravalorando el tiempo, hasta que llega un momento -o una edad, según la suerte de cada uno-, en que la ley de la oferta y la demanda por fin juega a nuestro favor: cuando queda poco tiempo, su valor aumenta exponencialmente.
Y empezamos a crear, en vez de producir, porque entendemos la diferencia. ¡Si lo hubiésemos visto antes! Pero estábamos en la disyuntiva de ir contrarreloj o ir contracorriente. En alguno de los dos acabarás rindiéndote por puro agotamiento.
Tiempo para crear
Cuando tomamos, por fin, conciencia del tiempo, éste se vuelve laxo: unas veces se detiene, otras se expande, otras pasa volando. Pero siempre es vivido.
Cambiamos la tensión por la sensación de fluir.
El disfrute por encima de la función.
La calidad del tiempo pasa delante -muy por delante- de la cantidad. Valoramos lo intangible, lo indescriptible y lo que no se puede medir.
Descubrimos que no hacer nada es hacer mucho.
Que vagar sin rumbo es la mejor manera de encontrarnos.
Que para asombrarnos debemos levantar la vista.
Que la calidad del resultado depende de la intensidad del proceso.
Que el disfrute, el de verdad, no se compra, sino que se decide y se defiende.
Que un beso puede parar el tiempo.
Que hay instantes que son eternos y esperas excesivamente largas por las que hay que aprender a transitar.
Que estar presente en cada momento hace que pese menos el paso del tiempo.
Que nada de esto se paga con dinero, aunque digan que el tiempo es oro.
Que si el mundo no para, tal vez debamos hacerlo nosotros.